Amberes, a orillas del río Scheldt, es una de las principales ciudades de Bélgica. A pocos kilómetros de la frontera con Holanda, es una interesante mezcla de ambos países (los gofres belgas y la humedad penetrante de Holanda...).
Los comienzos de la ciudad se remontan a finales del siglo II de nuestra era, donde se piensa que había un asentamiento galo-romano. No está muy claro el origen del nombre autóctono, Antwerpen, pero la leyenda extendida por los locales habla de un gigante llamado Antigoon que vivía en las cercanías del río cobrando una tasa a todo aquel que quisiera cruzarlo, y cortando las manos y lanzándolas al río a quién se negara.
Eventualmente un joven romano llamado Brabo acabaría con la vida del gigante, arrojando asímismo la mano al río. Así se formaría el nombre, del holandés hand (mano) y werpen (arrojar). Que decimos nosotros que tampoco era para ponerse así con el gigante, que a fin de cuentas sólo intentaba ganarse la vida haciendo su trabajo...
La ciudad fue creciendo en importancia hasta alcanzar su esplendor en el siglo XVI, cuando, tras el declive económico de Brujas, el comercio la convirtió en la segunda ciudad más importante al norte de los Alpes.
El castillo Het Steen (literalmente, La Piedra), es el edificio más antiguo de la ciudad y el único resto de su pasado amurallado, construido entre los años 1200 y 1225. Su función era ganar el control sobre el paso por el río Scheld. Durante cinco siglos fue usado también como prisión de la ciudad.
La Catedral de Nuestra Señora, de estilo gótico, fue construida entre el siglo XIV y el XVI. La intención era construir la mayor iglesia de los Países Bajos, pero un grave incendio en 1533 paralizó la construcción de la torre sur cuando se encontraba a un tercio de la altura definitiva, y ya no se llegaría a completar nunca.
A pesar de que a finales del siglo XVIII el gobierno francés llevó a cabo varios intentos de demolición, la catedral resistió. Finalmente, y tras muchos años de restauraciones, hoy es posible admirar en muy buen estado esta iglesia, una de las más bellas del norte de Europa en nuestra opinión.
Esta catedral es especialmente conocida por las obras de Rubens que decoran el interior. Este pintor, que vivió y trabajó muchos años de su vida aquí, se ha convertido en uno de los iconos de la ciudad.
La Gran Plaza (Grote Markt) de Amberes recuerda mucho a la de Bruselas. Algo más pequeña, su estructura es similar, con el Ayuntamiento y las casas de los gremios encuadrando la bonita vista de la catedral. Rodeada de restaurantes y tiendas, es el centro neurálgico del turismo en la ciudad.
En el centro de la plaza se encuentra la estatua de Brabo, el soldado romano al que no la gustaba mucho eso de pagar impuestos.
Uno de los reclamos tursíticos de la ciudad es la gastronomía. Son famosos sus mejillones, cocinados de mil formas y siempre acompañados de patatas fritas. Recomendamos los cocidos con nata, cebolla y ajo... tremendos.
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