Solamente los nombres de la ciudad (Estambul, Constantinopla, Bizancio) son tan evocadores, que hay que admitir que las expectativas eran muy altas. Y en nuestro caso las cumplió sobradamente.
Aunque el centro es relativamente pequeño y son accesibles a pie la mayoría de lugares de interés, Estambul es una megalópolis de tales dimensiones que volviendo en coche desde Ankara recorrimos casi 30 km para llegar al centro. Y no vamos a resistirnos a la tentación de caer en el tópico de decir que "no en vano es la única ciudad del mundo situada en dos continentes (Asia y Europa)". Hala. Es lo que hay.
El centro de la ciudad (al menos el centro turístico) es el barrio de Sultanahmet, situado en una península rodeada por el mar de Mármara al sur, el estrecho del Bósforo al este y el Cuerno de Oro al norte. De todos los sitios donde hemos estado, es el lugar que en menos espacio alberga la mayor colección de maravillas históricas. Todo lo que vamos a mostrar en esta entrada, y la mayoría de lo de la segunda parte, se encuentra en este barrio, a pocos minutos andando uno de otro.
Aunque es difícil ordenarlas por importancia, quizá la más espectacular sea la Iglesia de Santa Sofía. Inaugurada por el emperador Justiniano en el año 537, es una obra maestra del arte bizantino. Como buenos herederos del arte romano, los bizantinos crearon una auténtica maravilla de la ingeniería.
Durante casi 1000 años fue la mayor catedral del mundo (hasta la construcción en 1520 de la Catedral de Sevilla).
Este monumental complejo, conocido también como el Palacio del Serrallo, ha sido inmortalizado en todas las artes (óperas, novelas...). En los distintos edificios que lo componen, rodeados de bellos jardines, se han instalado múltiples exposiciones relacionadas con la vida y el funcionamiento en el palacio, con lo que una visita exhaustiva puede requerir casi un día completo.
La restauración de los edificios aún no está terminada, pero el sitio es espectacular.
La zona más visitada es la correspondiente al Harem. Resulta muy interesante una guía que explique los pormenores de su organización, una auténtica mini sociedad dentro de la corte.
Al lado de la Mezquita Azul están los restos del Hipódromo. El origen de este circuito de carreras de caballos se remonta a los primeros años de la ciudad, cuando era conocida como Bizancio. Construido en el año 203 por el emperador Septimio Severo, sería Constantino el Grande quien, en su empeño por engrandecer la ciudad al trasladar el gobierno a la misma un siglo después, lo modificó hasta dotarle de 450 metros de largo y 130 de ancho. Llegó a tener capacidad para 100.000 personas.
Actualmente el hipódromo no está apenas excavado. A lo largo de su recorrido hay un paseo en el que se pueden apreciar restos griegos, egipcios y romanos.
Uno de ellos es el Obelisco de Tutmosis III. Traído por Constantino en el año 390 desde Egipto para decorar el Hipódromo, fue colocado en el interior del circuito. Hecho de granito rosa, se erigía originalmente en el Templo de Karnak en Luxor, donde lo mandó colocar Tutmosis III en el año 1490 antes de Cristo.
Aunque ha sido restaurada y ampliada en varias ocasiones, tiene la particularidad de no haber sido nunca convertida en mezquita por los musulmanes, siendo la única iglesia bizantina de la ciudad que tiene su atrio original. El interior, abierto actualmente como museo, está decorado con frescos y mosaicos del siglo VIII encargados por Constantino V.
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